martes, 13 de julio de 2010

como en un relato de carver


Si ayer era el primer día de la vuelta a lo cotidiano, de la bienvenida de una gaviota con su deposición líquida en el ventanal de mi balcón, el reencuentro con la realidad profesional que he elegido para esta existencia mía, donde los bancos y las instituciones redoblaban sus llamamientos a mis puertas y ventanas reclamando sus capitales y por supuesto y sobre todas las cosas, sus intereses... hoy, segundo día de la nueva era, han sido desde muy temprano, los acreedores de otra índole los que se acercaban. estos acreedores son como yo cuando actúo de acreedor, dándole mil vueltas al asunto y rogando a todos los dioses, ciertos y desconocidos, por que regrese a nuestros bolsillos el pecunio resultante de nuestro trabajo. estos son los acreedores buenos y los que debemos alimentar. pero justo antes de esta rentrée, aún entre las candilejas del sueño, me sentí personaje de una historia cualquiera de raymond carver. interpretaba a la perfección esos tipos deshilachados que tan bien describe el escritor norteamericano. mi día empezó a las siete de la mañana. después de una ducha larga y purificadora pasé a un desayuno frugal, con los restos que se escapaban del eco de mi nevera y que amorosamente mi madre me había dejado la noche anterior para cubrir mis necesidades alimenticias urgentes tras dos meses sin aparecer por casa -buena conocedora de mi constante reiteración al abandono a la que someto mi despensa tras más de una década de independencia-. luego de quedar absorto por una lentitud conciliadora con mi naturaleza innata de caracol, una llamada de mi madre, hace que me espabile y dé un poco de velocidad al asunto. me visto con prisa y subo al garaje. hecho agua con una botella de seven-up a la luna delantera del coche porque hace más de dos meses que se tupieron los pitorros que expulsan el agua que se accionan a la vez que el limpia parabrisas –es lo que tiene vivir a cerca del mar-. le doy al mando y abro la puerta del garaje, que parece languidecer a cada intento de dejar hueco para que yo pueda salir. pongo música y me dejo transportar como si me sostuvieran por las orejas zigzagueando por la carretera local que me dejará tras siete kilómetros ante la puerta de la casa de mis padres. allí me esperan algo impacientes, la cita en el hospital para la prueba del sintrón es de siete y media a ocho y media -ya son las ocho-. trato de relajarlos y que no se estresen. al viejo lo veo un poco desmejorado y mi madre cada vez más sorda, repite las cosas que cree que digo sin acertar hasta la cuarta vez. calma, me digo, esto es así, es lo que hay. los llevo hasta el coche, intento que se acomoden y se colquen el cinturón de seguridad. arrancamos y con la música baja, trato de mantener una conversación que más que eso, parece un espectáculo de marionetas porque la vieja sigue sin entender nada y yo, soy todo gesto intentando acompañar a las palabras. el viejo con intentar parecer sereno hace bastante -la verdad es que cada vez está más pálido y no para de eructar-. por fin llegamos y cuando voy a buscar la silla de ruedas para transportarlo me dice la bedel que han trasladado la consulta al edificio nuevo. de vuelta al coche y rumbo al parking. ya en la nueva ubicación y sentado en la silla, nos toca buscar estrenar el nuevo recinto y por supuesto el ascensor. la nueva consulta está en la tercera planta. por fin encontramos la ventanilla y nos dicen que nos hemos pasado de la hora, que tendremos que esperar. yo me quejo alegando que hemos perdido un montón de tiempo trasladándonos a este nuevo lugar. se apiadan de nosotros y lo pasan pronto. traen a mi padre –cada vez más pálido y con los eructos más seguidos, algo no funciona-, esperamos por el informe y fecha de la próxima visita. cuando esto sucede y me dan el papel compruebo que nos han puesto cita para un miércoles y eso no puede ser, es día de diálisis. volver a buscar a la enfermera para que me haga el cambio, el viejo ya no aguanta, el calor y la espera están dejándolo tieso. dejo a mi madre a la espera y lo bajo a él a la calle, a que le dé el aire. afortunadamente recupera un poco el color. aparece la vieja y por fin, después de volver al parking, acomodarlos y regresar la silla de ruedas, podemos acometer el retorno. en diez minutos estamos entrando por la puerta aunque el viejo se tambalea y me dice que está agotado. por fin se puede sentar en la cama y quitarse la chaqueta. me pide un poco de agua. se tumba y quiere un cortado. mi madre lo trae en un momento y lo acompaño tomando yo también uno. llevo las tazas a la cocina y lo oigo reclamar a grito limpio la escupidera. cuando llego al cuarto me dice que le viene el vómito y así lo hace. una especie de líquido verde sale de su boca y se vierte en la bacinilla. quedo alucinando con el color de mejunje. le pregunto a mi madre si desayunó lechugas o potaje de berros. según ella no tomó nada verde, sólo un yogur y las pastillas. en las salpicaduras que quedaron en mi mano pude observar que el verde tenía pinta de ser restos de pastilla. sí, me dice la vieja, es la vitamina que le mandó el oculista, hoy es el primer día que se la toma. pues parece que no le ha sentado nada bien. recobra por fin el color y pierde el malestar. me quedo un rato más a su lado, la conversación vuelve a ser normal. les digo que me voy, que hoy me reúno con ángeles, es martes y tenemos que ver la situación de la editorial. sentándome nuevamente en el coche, empiezan las llamadas de los acreedores. caigo en un torrente de palabras que me van sacando del relato en que me he imbuido. veo que mi madre se acerca para decirme algo. viéndome ya en otra realidad, desiste de seguir y me dice adiós con la mano. deja que por fin salga del relato de calver y vuelva a ser devorado por lo cotidiano.

1 comentario:

  1. Magnífica reflexión. En ocasiones, la vida son compartimentos estanco que se comunican, o universos concéntricos que están ahí, cerca pero sin tocarse... lo cotidiano y lo que no lo es, aunque esto último, a veces, se convierte también en cotidiano.

    ResponderEliminar