jueves, 26 de agosto de 2010

un poema de ioan es. pop


12 de octubre de 1992


soy un hombre solo. esto no es para enorgullecerse en absoluto. pues
hay hordas de desgraciados que deambulan y están buscando
a otros desgraciados; sólo que entre desgraciados y desgraciados
hay grandes umbrales de desgracia,
algunos tienen mucho dinero, otros tienen esperanzas
vanas; no existen desgraciados
de una sola clase.
y cuando, a pesar de todo, se unen,
los desgraciados hacen revoluciones, y después
se les quita todo.

ioan es. pop
el ieud sin salida (2010)


mis lecturas suelen ser más intensas cuando llega la hora de las correcciones. en ellas hay que poner los cinco sentidos y alguno más que tengas por ahí, para que no se escape ninguna errata, para que las tildes vayan en su sitio, para que las viudas no se descoloquen, para que lo que lees tenga sentido y no sea un desbarre de tus dedos en el teclado. pues ahí encontré este poema, en una corrección del poemario del rumano ian es. pop que editaremos el próximo mes de septiembre dentro de la colección deleste. y no sé de que manera, se me quedó incrustado en un instante. tampoco sé por qué éste y no otro. ésta debe ser la magia de la poesía, aparecer, hacerse luz y darte en un sentimiento y ahí quedarse anclada.

viernes, 20 de agosto de 2010

el revés del vacío


después de una semana tras cualquier impacto, viene el desasosiego. intuyes, miras, hueles el hueco vacío donde antes algo se movía, se palpaba o gesticulaba. queda como un regusto amargo entre la lengua y el paladar, como una respiración un poco más corta y algo más pesada. te quedas untado en algo así como “malagana”. te afanas por remontar. los pasos, el unirlos unos detrás de otros, el retomar, el darle de nuevo a las manos para no sólo flotar. escapar de los sonidos lánguidos, aunque te arrebate con su voz y sus tonadas etta james y su blue gardenia. buscar una lectura más viva, no dejarte absorber por las palabras de coetzee y su novela-ensayo sobre los últimos años. muchas preguntas, erre que erre, muchos interrogantes a decapitar. extender las alas, lanzarse, planear... vamos allá.

sábado, 14 de agosto de 2010

último día en la tierra. miércoles once de agosto de dos mil diez


llegó el día temido, el día en que tendría que dejarnos. se presentó de repente, sin aviso, como sucede muchas veces en estos casos. vas a ver por qué no te funciona el limpiaparabrisas y te acaban encontrando una fuga de gasolina. ante tamaña complicación, juan antonio, como siempre, tiró para delante. ¡o me arreglan y dejo de estar padeciendo constantes averías o incluso el colapso total del motor, o me voy pal carajo! firmó los papeles que le puso delante su mecánico de bata blanca y con su habitual humor fino, se permitió ironizar sobre despedidas y futuros encuentros en el más allá. nos contó uno de sus últimos sueños, donde su amigo del alma, manolillo, lo esperaba en las puertas del cielo –ya bien colocado y con un cargo de confianza en aquellos lares-, dispuesto a ofrecerle un buen puesto en aquella administración. pero él no entraba, él seguía su camino por la vereda de la izquierda. siempre por la izquierda. y se sonreía cuando lo contaba. y le volvió a demostrar a carmen rosa, con una mirada chiquita y acuosa, todo lo que sentía por ella, a pesar de la tosquedad al demostrar sus sentimientos o la carencia de palabras, esa mirada menuda lo decía todo. se fue y nos quedó pendiente la última salida en coche, a pasear por esas carreteras para sentir el verde del monte y palpar la fisonomía de la isla. también quedó para otra dimensión la paella que le iba a preparar inma en bajamar en su honor. y no se me va de la cabeza su despedida con la mano en alto mientras quedaban unos minutos para que partiera hacia el quirófano, como si todo aquello fuera a pasar en un santiamén y volveríamos pronto a darnos la mano. pero no fue así, aunque le volví a dar la mano él ya no estaba, había partido dejándonos el envoltorio que se había calzado durante ochenta y tres años. creo que ya sabía, cuando le dijo a carmen rosa que no se olvidara de llevarle un cortadito, que se dirigía a otro lugar, uno más allá de la última parada.