sábado, 8 de enero de 2011

cuenta atrás


volvemos a darle al botoncito del contador. empiezan como una exhalación, los segundos a correr o a descender en picado, luego los acompañan los minutos y así sucesivamente en orden ascendente según la escala del tiempo. abrimos la carpeta “para editar en 2011”, repasamos, anotamos y ponemos las obras en sus casillas de salida. este año se le suman las obras pendientes del 2010 y algunas retrasadas de 2008 y 2009. todas ellas van a pugnar en la jungla de títulos que es el mundo editorial hispano, por conseguir un hueco en las librerías, por copar los espacios limitados que los medios dejan para estos menesteres de los libros. pero sobre todo, con la ilusión final de que caer en las manos y ante la vista de un lector que lo disfrute y entresaque todo el jugo y la esencia, que tanto autor como editor han creído con el valor literario o el interés suficiente para lanzarlo a la calle. la ilusión está puesta, las ganas también. qué empiece el baile.

Porque cuando llueve en verano, es como si el mundo quisiera empezar de nuevo. El agua cae seca en la tierra seca, levantando una polvareda húmeda, que despierta los olores, los colores y los sabores, algunos recuerdos, algunos abrazos, en macetas de geranios, claveles y rosales, algún regusto, algún rincón donde los cuerpos se guarecen y se abren, cálidos y susurrantes. Ahora, cuando llueve, es cuando más echo de menos a mi hombre enfermo y la alegría desatada, loca, del loco, bailando alrededor mío, con los zapatos en las manos, como espantando los malos espíritus y los pájaros de mal agüero.

Última novela de verano. Quintín Alonso Méndez (Baile del Sol, 2011)