viernes, 26 de octubre de 2012

A mis 50


adelanto ocho horas de reloj y doy un brinco de trece mil kilómetros para llegar a ellos. Pero antes de que el gong marque el instante, debo abrirme en canal y dejar que las tripas y las entrañas se muestren al sol, vomitar todavía las miserias que me anidan. No valen propósitos de nuevas enmiendas ni punto de inflexión. Solo los hechos hablarán por mí, de las interpretaciones ya se encargarán las lenguas, malas o buenas. Sí siento el cambio de rail, la estrechez de la vía, cómo mengua la velocidad del impulso. Afortunado porque al fin de la senda sigo viendo el principio que me he marcado y he pretendido que me acompañe. Sigo soñando, pero ahora ya son sueños raseros, no tan imbricados con las nubes. Agradecido por las personas que he conocido a lo largo del camino, por sus enseñanzas, por su amistad, por sus zancadillas, por sus reparos, por sus esperanzas. Ahora a desandar, a desenmadejar la humildad y a tejer las certidumbres. Que todos lo veamos.