Llegamos con la intención de disfrutar de una ciudad desconocida. Me había hecho a la idea de que sería una urbe que me deslumbraría. La hacía algo así como una mezcla de París y Praga. Y algo así fue, pero la lluvia deslució toda esa imagen preconcebida. Los primeros días sólo las almas de los turistas en pena, embutidos en plástico deambulaban por allí y por acá. No fue hasta la penúltima jornada en que salió el sol, que pude rehacer mi idea original de la ciudad, Buda se nos desplegó con todo su encanto y Pest pareció sacar su sonrisa después de días grises. Pero con todo, hubo opera, balneario, rodaje de película china de gangsters y mucho asfalto, aceras y parques (en uno de ellos hay una estatua que acojona dedicada al escritor desconocido) para mis impertérritas cholas.
Mis ojos pronto pudieron percibir la gran cantidad de librerías (la calle Múzeum Körút era un nido) e incluso, me quedé boquiabierto con el gran número de vallas publicitarias y marquesinas de guaguas que anunciaban un libro. Estaba claro que dentro de la industria de consumo cultural de este país, el libro seguía siendo un producto estrella. Desafortunadamente, al final no pudimos quedar con Eszter, una de nuestras traductoras magiares que trabajan en la obra de dos autores de la ciudad (Zoltán Kőrösi y János Háy) que preparamos para el próximo año.
Punto y a parte fueron la gastronomía y los vinos del país. Verdadero deleite para nuestros sentidos en las cenas y el almuerzo de despedida. Una sorpresa que nos hacía disipar la monotonía de la lluvia, y aunque nuestro aspecto era desastroso (empapados y con cholas), el personal nos trató del diez (como dicen algunos por aquí). Pero esto Inma lo contará con detalle en su blog.
domingo, 28 de junio de 2009
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