Otro año que se nos va, y otra quincena final llena de mensajes de deseos de felicidad para el año que viene llamando a nuestras puertas. El bucle vuelve y vuelve a repetirse y parece que las cosas al final se anquilosan y todo se convierte en la misma calcomanía que se posa en la anterior, apenas con imperceptibles diferencias. Se diría que nada ha cambiado, que los deseos de buenaventura por una extraña razón se chafan, y ya nos olvidamos de ellos nada más cruzar el umbral de las 12 campanadas. Echamos una mirada rápida al mundo, y volvemos a menear la cabeza de un lado a otro, las mismas miserias, los mismos desatinos, los mismos oídos cerrados, las mismas voluntades cercenadas. Ya me gustaría a mí ver a Obama, o a cualquier otra esperanza "humana", lanzar un discurso como el del entrañable Cantinflas en su última película, Su excelencia (México, 1966), a una "asamblea de naciones" y luego, claro está, ver que esas palabras se tornan hechos. Quizá sea la lectura y correcciones que hago en estos días, antes de la publicación en enero, al Libro del desasosiego de Pessoa, lo que me tiene con esta actitud algo flácida ante tanto petardo entusiasta y tanto derroche injustificado, pero también sé que la acumulación de repetidas experiencias durante tanto tiempo, no me llevan al optimismo que cada año nos obliga el calendario.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
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