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Mis ojos pronto pudieron percibir la gran cantidad de librerías (la calle Múzeum Körút era un nido) e incluso, me quedé boquiabierto con el gran número de vallas publicitarias y marquesinas de guaguas que anunciaban un libro. Estaba claro que dentro de la industria de consumo cultural de este país, el libro seguía siendo un producto estrella. Desafortunadamente, al final no pudimos quedar con Eszter, una de nuestras traductoras magiares que trabajan en la obra de dos autores de la ciudad (Zoltán Kőrösi y János Háy) que preparamos para el próximo año.
Punto y a parte fueron la gastronomía y los vinos del país. Verdadero deleite para nuestros sentidos en las cenas y el almuerzo de despedida. Una sorpresa que nos hacía disipar la monotonía de la lluvia, y aunque nuestro aspecto era desastroso (empapados y con cholas), el personal nos trató del diez (como dicen algunos por aquí). Pero esto Inma lo contará con detalle en su blog.