domingo, 8 de noviembre de 2009

Prejuicios, vampiros y otras delicias turcas


Es asombroso el saco de prejuicios que vamos cargando sobre la espalda a lo largo de nuestra vida. Conceptos, comentarios, noticias, visiones, informaciones... con todo ello se va conformando un cuartito de los escrúpulos en la azotea cerebral con respecto a ciertos temas. Esa pequeña habitación era en mi caso Turquía y los turcos. Primero fueron los comentarios sobre una película que causó verdadera impresión en todos los fumetas de la época, El Expreso de medianoche, en ella se daba una imagen brutal de las cárceles y el sistema judicial de este país. Luego vinieron las continuas represiones y sometimiento durante décadas sobre pueblos como el armenio o el kurdo. Luego los hinchas del Galatasaray y el Fenerbahce (los kanarios) con sus actitudes broncas y violentas. Tal era mi animadversión, que en las cíclicas estancias en la feria de Frankfurt, pasaba de largo del pabellón turco. Sólo el carácter del premio Nóbel, Orhan Pamuk, y su afán de airear los atropellos históricos contra las minorías del país, lograba que dejara mínimamente el ofuscamiento hacia todo lo que viniera de las orillas del Bósforo, tanto de un lado como del otro.
Así, con esa predisposición, me subía al avión rumbo a Estambul. En eso consistía mi regalo de cumpleaños. Pero todo cambió nada más pasar el control de pasaportes y dejar a un lado a los fríos funcionarios y a la señorita de la oficina de cambio. Fue subirnos a la camioneta que nos llevaba al hotel y caer en el embrujo de la amabilidad, hechizo que no nos abandonó hasta que volvimos a incrustamos en el avión de regreso. El telón de los malos augurios se rasgó en miles de hilachas. No entendía cómo en tan pocas horas se había dado vuelta la tortilla y desahuciaba a toda leche, cualquier reducto de los malos rollos que guardaba en mi cuartito de los escrúpulos. El principal causante de todo ello, fue el recepcionista del hotel donde nos hospedamos, Halil Vural, un chiquito que era todo amabilidad, y sobre todo, su sonrisa socarrona que nos daba pie para enlazar un vacilón tras otro. A raíz de esos vacilones, salió el tema de los vampiros y de ahí en adelante, fuimos vampiros de pura carcajada.
Y no sólo era el personal del hotel, también había humor y amabilidad en el taxista que nos habló de el Cordobés y de García Lorca (¡qué mejunje!), los camareros de cualquier restaurante, los vendedores de castañas, la señora que me regaló una moneda de la suerte, el personal de los baños, el vendedor de especias… y otras delicias, como el ulular de los almuecines –puro gozo tántrico-, los derviches y sus giros hipnóticos, el paseo por barrios “habaneros” bajo la lluvia, los gatos –señores de cualquier sitio- y los pescadores del puente Gálata, formando una telaraña de hilos y sedales donde se enreda el blue-fish.
Este saco, el que llevamos con nuestras miserias a rastras, con este viaje pesa menos. Halil, hermano, gracias por abrir la puerta del cuartito de los escrúpulos y ventilarlo.

1 comentario:

  1. Acerca de la "caída del caballo" que te ha supuesto el viaje a Estambul, me viene a la memoria el párrafo muy conocido de una carta de Flaubert a Maupassant que te copio: "hay una parte de todas las cosas que sigue inexplorada, porque estamos acostumbrados a usar nuestros ojos sólo en asociación con el recuerdo de lo que la gente nos ha enseñado antes de la cosa que vamos a mirar".

    Para Flaubert la función de la literatura estribaba en ser capaz de superar en los lectures ése límite. Hacer lo que ha hecho el pequeño Halil contigo.

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